Disertación sobre algunas nociones de la fisica de Aristóteles


Los conceptos de materia y forma aristotélicos, conectados con los de acto y potencia, ofrecen la estructura de una física teleológica, conformada en razón a la idea de que todo cambio natural es realización de una intención, el logro de aquello por lo que algo es. Con un célebre ejemplo: una semilla es tal porque puede devenir fruto, que a su vez produce de nuevo semillas, etc. Aquello en lo que algo se convierte lo define. El niño lo hace por aquello en que se muda al crecer y desarrollarse: su humanidad.
En la naturaleza, pues, todo lo que es, lo es en razón a algo que llegará a ser, en potencia, pero también por sí mismo, en acto(energeia). Tiene una materialidad concreta, una realidad presente, su sustancia(ousia); también una potencialidad determinada, dicho de otro modo, una materialidad formada, que la configura y delimita. Así este grano de semilla es acto y potencia, forma y materia, pues es, semilla, no sólo por aquello que es ahora en acto, sino porque puede devenir cierta forma, un tilo, por ejemplo.
Dicho de otro modo, es por la posibilidad de convertirse en ese tipo de árbol por lo que es esta semilla concreta, y no fresno o pino, o un pedazo de tierra. Su entelequia, su plenitud, su telos, delimita y manifiesta su verdad. De todos modos entre lo que es y aquello que aún no, pero lo define, siendo también esa privación que lo constituye, se instala la posibilidad de que nunca llegue a ser, que se pierda y no fructifique. No hay necesidad que ligue un ser a su fin, a su realización. En el mundo físico la potencialidad no es camino de una única dirección que mude la semilla en árbol.
El mundo natural es también lo accidental, la pura potencialidad irreductible, vinculada por Aristóteles a la materia caótica. Es decir, con más precisión, la materia como devenir, cambio y mutación de todo, deformación sin tregua- por transformación continua de una forma en otra- de aquello que es. Pues si naturaleza es forma, es al par materia, lo que permite que sea esa puntual que planté en un bosque con la intención de que creciera allí, con el tiempo, un tilo.
Es la naturaleza, así, hilemórfica(materia formada), por utilizar un termino con el se ha caracterizado el esfuerzo de Aristóteles por pensar en razón a estos dos conceptos decisivos. La forma sería lo que no cambia, pues si lo hiciese se convertiría en otra: ya no sería tilo, sino otra cosa. Materia, al contrario, lo que muda siempre y, por ella la semilla plantada en la tierra del bosque se pudre, pero sólo si las circunstancias son propicias podrá llegar a ser árbol.

El destino de las sustancias singulares que forman el mundo físico, al menos en el terrestre, no puede ser deducido por el conocimiento de las cualidades y características que lo determinan- el niño no necesariamente devendrá hombre adulto- sino que está sometido a los accidentes que consideramos fruto del azar. El devenir sería irreductible al pensamiento, en gran medida, por escapar a la capacidad de nuestra inteligencia de aprehenderlo como forma. Es por ello ese presente que huye entre nuestras manos como si fuera agua, que nunca es este que ya dejó de ser, ni aquel que aún no es, y que la permanencia de las formas, de los conceptos de nuestra inteligencia, parece evitar en alguna medida, instalándo un reino diferente, el de lo pensado, inabordable al devenir, ajeno a la muerte continua, perenne en su inteligibilidad entrevista por una mente finita. De este modo Aristóteles parece situar en una pensamiento ajeno al mundo material, pero razón final de su inteligibilidad y de su misma existencia, de su no ser nada, la verdad de todo aquello que es, la estructura ordenada que el mundo dibuja y que nuestro saber pretende captar. Pues los copos de nieve se desvanecen al mismo caer, pero el concepto atrapa su ser, dibuja su forma, lo convierte en logos, lo piensa, y con ello el devenir borda cierto perfil en la inteligencia, el orden de la verdad, el de la sucesión de un saber que intenta recrear, no aquello que al caer se desvanece y ya no es, su singularidad continuamente perdida, sino eso que en ello se reitera, que cae con cada copo, con ese de ayer, con el de hoy, con el que traerá el mañana.

Esta visión de la cosas sigue siendo heredera, pienso, de la dualidad entre idea y materia platónica. Pues esta sería devenir informe, muerte continua, nada que vence cualquier relieve, como el río de Heráclito; mientras que Eidos, Morphé, la forma que pensamos al conocer el mundo y que configura este en su belleza, en su ser, es la eterna reiterada verdad que se mostraría inalterable en el círculo de los cielos, de las estaciones, de la vida, de todo aquello que es.

Cipriano Játiva

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